Josu
De Solaun
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De la digresión como leitmotiv en una grabación podría cada cual encontrar una razón, desde las musicales, digresiones las hay a cientos, a las filosóficas o estructurales, con Schumann y Brahms siempre entrelazados y el primer piano del primero frente al último piano del segundo, trazando un arco que comienza con las Davidsbündlertänze Op. 6 (1837) y concluye con las Klavierstücke Op. 118 (1893). No son las Davidsbündlertänze el ciclo más interpretado de Schumann, a pesar de estar en ese abanico de obras maestras repletas de poesía y exaltación del primer romanticismo; son como un fósforo prendido que se expande por el resto de cerillitas. Hay tal cantidad de bellezas y altibajos expresivos que dar con la tecla y crear una unidad global no resulta fácil, y es ahí donde Josu de Solaun, independientemente de brillar a gran altura en muchas “danzas” (n. 3, donde se rememora lo mejor del Carnaval Op. 9, anterior en 3 años) y de desplegar un brillante virtuosismo schumanniano (n. 8), teje su hilo para atrapar al oyente y llevarlo a buen puerto tras pasar por las 18 mini estaciones, donde se adivina la divina inestabilidad mental del creador.

La pausa temporal que requiere el piano final de Brahms no está al alcance y entendimiento de cualquier pianista, donde todo adorno superfluo no se requiere, y donde el silencio hace balanza con el sonido y adquiere una presencia fundamental. Y es ahí donde Josu crea belleza, sin recargar las tintas otoñales (Op. 117/2) y avanza con emoción por el colosal Op. 118, desgranando sus tenues secretos y la infinita nostalgia que los cincela con la solidez brahmsiana.

Gonzalo Perez Chamorro Ritmo